Resumen:
Hace unos días oí hablar en lengua indígena al policía. Escuché que dijo muchas palabras pero no entendí nada. Me extrañó, porque él siempre era callado. Ese día su llamada por celular duró más de cinco minutos. Estaba al lado de la mesa, sentado en el mismo lugar de siempre, dentro de la edificación de la biblioteca. Vigilaba la planta alta, y cuidaba a los alumnos, los que suben a platicar y jugar, luego a estudiar. Seguro que nunca se dirigió a ellos. Creo que sólo se levantaba, los observaba y regresaba a su silla. Cuando yo subía hasta el final de la escalera, lo veía de reojo y volteaba entonces. Siempre lo saludaba y él decía “buenas tardes” para responder a mi saludo, luego se ponía serio. Tal vez para que no le dijera algo más. Y así lo hacía, yo entraba a la oficina y me ponía a trabajar. Se escuchaba desde adentro, que en su lugar daba varios pasos, aburrido por la poca actividad. Parecía que se desesperaba, porque el día transcurría lentamente. Y no era extraño, en ese punto, a todos los policías les sucede, así que prefieren trabajar en las aulas, donde hay con quien platicar y más gente. Luego el policía estaba afuera de la edificación, en la sombra cubriéndose del duro sol o parado al lado del sardinel.