Resumen:
La salud es un derecho esencial y necesario para la sociedad. Se trata del estado de bienestar físico, psíquico y social que implica una mejora constante de las condiciones personales y sociales en las que se desarrolla el individuo, con la finalidad de lograr un nivel de calidad de vida cada vez mejor.
La calidad de la salud de un país no depende de las personas que tienen acceso a una atención en hospitales, sino también de cómo la población hace frente a las condiciones que las enferman.
Los cambios en los estilos de vida aumentan el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles. Los factores medioambientales, socioeconómicos, consumo y desarrollo tecnológicos, han propiciado condiciones para nuevos hábitos de vida no saludables, entre los que destaca el sedentarismo, obesidad y tabaquismo.
Lara y López (2017), refieren al estilo de vida como los hábitos que modifican la actividad cotidiana, algunas de las consecuencias en el cambio de estilo de vida son la presencia de obesidad, consumo de tabaco y alcohol entre otras.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud de Medio Camino 2016, cerca del 72.5% de la población padece obesidad y un 30% consume tabaco. Comparando los resultados con la Encuesta de 2018, se puede observar que el porcentaje de consumo de tabaco fue del 19.9%, mostrando una reducción de 10.1%, por su parte el porcentaje de obesidad fue del 75.2%, mostrando un incremento de 2.7%. Lo anterior genera un desafío para la prevención y promoción de estilos de vida saludables. Los cuales se deben abordar desde una perspectiva que involucre a todas las personas y no solamente a un sector.
La promoción de la salud es el proceso que permite a las personas incrementar su control sobre los determinantes de la salud y en consecuencia, mejorarla. Las áreas de acción que propone la Carta de Ottawa son: construir políticas públicas saludables, crear ambientes que favorezcan la salud, desarrollar habilidades personales, reforzar la acción comunitaria y reorientar los servicios de salud.
Por lo que, de acuerdo con las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se han creado diversas estrategias para frenar los problemas de salud a través de las Escuelas Promotoras de Salud. En donde se concentran esfuerzos en las universidades para adoptar conductas saludables y mejorar la calidad de vida de la población.
La universidad puede y debe desempeñar un papel fundamental para la promoción de estilos de vida saludables, ya que la juventud es el grupo mayoritario que la conforma. La mayoría de estudiantes universitarios se encuentran en una etapa de la vida de gran importancia para la salud (entre la edad adolescente y la edad adulta), en la que se desarrollan y se consolidan los estilos de vida (saludables o perjudiciales), crece la toma de decisiones y la independencia. Además, la Universidad en sí, es una institución con un gran poder de influencia social, y por tanto, puede favorecer la promoción de la salud en la sociedad. En ella, se forman los futuros profesionales que otorgaran atención a la comunidad (Zapata, González y Escobar, 2019).
La promoción de la salud en la Universidad será un valor añadido para la mejora de la calidad de vida y el bienestar de los que allí estudien o trabajen y, además, permitirá formarlos con la finalidad de que actúen como modelos o promotores de conductas saludables en sus familias, en sus futuros entornos laborales, en su comunidad y en la sociedad en general.
Teniendo como base las Universidades Promotoras de Salud de la OMS se desarrolla un programa que pretende integrar procesos y cultura universitaria, un compromiso hacia la salud y el bienestar, por lo cual busca desarrollar el potencial que tiene la Universidad como agente promotor de salud en la comunidad