Resumen:
Intubar a un paciente con SARS-CoV-2 es un procedimiento de alto riesgo debido a la proximidad de los trabajadores de la salud a la orofaringe de los pacientes y la exposición a las secreciones de la vía aérea las cuáles pueden acarrear una alta carga viral. Durante la pandemia de SARS-CoV en 2003 se demostró que los trabajadores de la salud que realizan intubaciones estar en un riesgo significativamente más alto de una transmisión nosocomial. Este riesgo se demostró disminuir de manera significativa cuando el uso de equipo de protección personal (EPP) era realizado de manera apropiada y las medidas de control de infecciones eran seguidas.
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La disponibilidad e idoneidad de las mascarillas y los respiradores ha escalado en un debate científico y emotivo. Una mascarilla quirúrgica resistente a fluidos protege al usuario contra aerosoles de fluidos corporales y gotas grandes, mientras que los respiradores N95, FFP2 y FFP3 se cree que también protegen al usuario contra patógenos aerosolizados y en el aire. En estudios de laboratorio las mascarillas FFP2filtran al menos el 94% de las partículas que son de 0.3 mm de diámetro o mayores; las mascarillas N95 bloquean por lo menos el 95% y las mascarillas FFP3 por lo menos el 99%. Sin embargo, un reciente metaanálisis de estudios clínicos demostró que no hay diferencias estadísticamente significativas al prevenir infecciones respiratorias o Influenza al utilizar respiradores N95 y mascarillas quirúrgicas. La falla al traducir los estudios de laboratorio para una protección superior en un contexto clínico puede estar relacionada con el cumplimiento y las dificultades de entrenamiento, a la par del malestar significativo asociado a su uso en el mundo real, lo que significa que la adherencia a la intervención está comprometida.