Resumen:
El humano es un ser dinámico, lógico-racional, quien ante la limitación de recursos, del poder sobre ellos y del conflicto social que se deriva por satisfacer sus placeres, ha depositado en el Estado fracciones de su libertad natural como condicionante para garantizar la supervivencia (Hobbes, 2017). Aquella condición innatural de libertad coartada ha convertido la existencia humana en una constante lucha histórica de liberalismos (Berlin, 2016) proceso teleológico en consecuencia. La condición social de conflicto perpetuo por la diversidad de sistemas de creencias irrenunciables a la naturaleza humana, no obstante, descalifica la organización anárquica de desagregación total de autoridad a una vertiente utópica para aceptar a la autoridad como componente imprescindible e irrenunciable de cualquier proyecto liberal que se pretenda implementar. Conducir aquella autoridad a su mínima expresión corresponde entonces al fin alcanzable de la sociedad, un pacto colectivo que garantice la existencia, las libertades y la propiedad de los individuos (Locke, 1988). La democracia como modelo de gobernabilidad es la respuesta a aquella necesidad práctica de organización liberal que no descarta la autoridad. En ella, la autoridad se reduce a la mínima expresión posible a través de la recuperación de poder por parte de los mismos depositarios para ejecutar efectivamente el gobierno de los individuos (Lijphart, 1999), un régimen basado en términos justos de cooperación entre ciudadanos considerados libres e iguales (Rawls, 2005). Empero, los programas liberales no implican que el proceso de construcción del Estado sea teleológico irreflexivamente hacia la democracia; en principio, el humano se debe a la libertad para satisfacer sus placeres y conservar su existencia, independientemente del modelo de gobernabilidad (Becerril-Rojas, 2020). Aquella malinterpretación moderna ha originado las múltiples crisis actuales de la democracia (Carothers, 2002; Diamond, et al., 2014) que sugieren como punto de inflexión en la articulación (o desarticulación) de las instituciones democráticas –por consiguiente el avance (o retroceso) del proceso de democratización– al grado de funcionalidad del instrumento democrático de mayor relevancia y trascendencia por su impacto profundo y casi inmediato en el sistema político, del que depende el enraizamiento de la democracia en la capacidad innata de los individuos para el autogobierno (Rustow, 1970): el mecanismo electoral.