Resumen:
Para la constitución del hombre virtuoso, siguiendo la filosofía de San Agustín, es indispensable que el alma desarrolle una disciplina que le permita discernir entre lo que la acerca a la sabiduría y aquello que la sumerge en las pasiones excesivas. El autoconocimiento emerge de manera sustancial, puesto que hace consciente al sujeto de su existencia; de sus fortalezas y debilidades, con ello, cada persona decide el rumbo que debe de tomar para perfeccionarse a sí mismo mediante la mesura.
Sin embargo, gracias a la conciencia adquirida, los individuos se percatan que su existencia es compartida, lo que permite formar lazos afectivos como el amor o la amistad, abriendo paso a un desarrollo óptimo y compartido que, encaminado en la virtud, consigue no sólo un crecimiento individual, sino social. Con ello, la felicidad se hace partícipe, estando alejada de los bienes materiales y finitos, más bien siendo eterna en las almas de las personas a través de las experiencias compartidas con los seres queridos.