Resumen:
El 27 de febrero de 2020 se detectó en México el primer caso de Covid-19, y
el 18 de marzo la primera defunción. Dado que la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 11 de marzo, había dictado la declaratoria de una pan
demia, el gobierno mexicano optó —como una de las acciones para atender
la emergencia de salud— suspender las actividades económicas consideradas
como no esenciales (Castro et al., 2021). Este hecho generó cambios en las
dinámicas laborales y en el bienestar social y económico de los trabajadores
y sus familias.
Dentro de los hogares se tuvo que modificar la vida y reorganizar los
papeles de cada uno de sus miembros para salir adelante en esta contin
gencia (Padrón y Navarrete, 2023), y los y las jóvenes fueron un grupo que
participó en las distintas actividades del grupo familiar; algunos, algunas, se
quedaron en casa contribuyendo a las tareas familiares (Tufte, 2023), otros
y otras continuaron o iniciaron su participación en el mercado de trabajo.
Incluso, al concluir la pandemia, la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) (2022) reconoce que los jóvenes de América Latina y el Caribe tuvie
ron una recuperación ligeramente mayor que la de los adultos. No obstante,
tal mejora entre la población joven que continuó trabajando dentro de las
actividades esenciales, poco más de la mitad de ellos y ellas trabajaban en
ocupaciones consideradas de riesgo medio, al menos en México (Castro et
al., 2021). En general, el trabajo en el que se incorporó la población joven
contó con condiciones precarias (OIT, 2022).