Resumen:
Al iniciar el siglo XX la ciudad de México vivió acelerados y complejos cambios culturales, producto no sólo de la revolución mexicana, sino también de la crisis de la sociedad liberal y burguesa que comenzó a derrumbarse junto con sus valores decimonónicos. Después de la caída del porfiriato y del proceso armado revolucionario se impuso la necesidad de un “reacomodo” que permitió el nacimiento del nacionalismo cultural y la búsqueda de una identidad propia por parte de un grupo de jóvenes intelectuales con grandes aspiraciones humanistas pero con muchos valores decimonónicos. Asimismo, el cambio cultural vino acompañado de la promoción de nuevas libertades para los mexicanos: la movilización ciudadana, las huelgas, las organizaciones sociales, el reconocimiento de algunos derechos a las mujeres, una mayor secularización de la sociedad y la promoción de la educación sexual, entre muchos otros. Dentro de todos esos cambios el que más nos interesa enfatizar fue la búsqueda de una mayor libertad individual a costa de los tradicionales patrones de represión sexual que habían sido heredados de siglos anteriores. Pero el proceso fue muy lento y durante toda la primera mitad del siglo la sociedad capitalina siguió dividida entre el fortalecimiento de distintas identidades conservadoras-tradicionalistas y la apertura a nuevos modelos sexuales y prácticas amorosas. En esta época de transición y de lucha de distintas corrientes podemos ubicar la apasionante vida de Eduardo Pallares quien, como muchos otros intelectuales mexicanos de la primera mitad del siglo XX, estuvo dividido entre dos principios fundamentales: el del placer y deseo en la búsqueda de una mayor libertad individual, y el de realidad que impuso el uso del racionalismo para cumplir con el deber ser, dirigir la búsqueda humanista y mantener el fetichismo de la respetabilidad. El problema moral de su época fue la lucha tenaz y violenta contra los instintos, las pasiones y los deseos y la búsqueda de un ideal moral, impuesto no sólo por la religión y las buenas costumbres sino también por la cultura humanista de la posrevolución. ¿Cómo dominar las pasiones sexuales y conservar, en medio de ellas, un espíritu sereno y equilibrado? Pallares quiso lograr este equilibrio y toda su vida fue la metáfora de esa máxima bíblica: “El reino de Dios sólo lo alcanzan los esforzados”. ...