Resumen:
Federico Ruiz Salvador, conocedor experto de la vida y obra de Juan de la Cruz, se atreve a afirmar de él que “su vida y su persona son infinitamente más ricas que sus obras” (1968:57). Seguramente lo dice porque si bien éstas embelesan el alma en cuanto balbucean ciertas experiencias divinas, su autor fue quien las vivió intensamente al ofrendar por completo su vida a Dios y afanarse en la búsqueda de la perfección suma que implica el diálogo íntimo y permanente con él, pues estaba convencido de que, y así lo enfatiza en uno de sus Dichos de luz y amor(39), “un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo, por tanto sólo Dios es digno de él”. “Su vida y su persona son infinitamente más ricas que sus obras”, al decir de Ruiz Salvador, porque toda actividad que emprendió la ejecutó con amor y entrega absoluta: como ayudante en un hospital, prefecto de estudiantes, maestro de novicios, rector, provincial, reformador, confesor, director de almas, escritor y poeta. El vate Jorge Guillén hace notar que “vida, doctrina, poesía son los tres círculos en que se desenvuelve San Juan de la Cruz” (1972: 75).