Resumen:
Olavarría (2001) sostiene que uno de los papeles fundamentales asignados a los
hombres es el trabajo productivo, es decir, la obtención de un empleo necesario
para sostener económicamente a su familia. Por lo tanto, a él se le debe su
capacidad de constituir una familia y hacerse responsable de ella. La capacidad de
proveer en gran medida sustenta el orden al interior de la familia. De esta forma,
“la familia así pasa a ser uno de los pocos lugares de pertenencia de los hombres
en los que pueden mantener en alguna medida, su autoridad, ejerciendo poder
cuando lo estiman pertinente” (Olavarría, 2001; 29). Pero con los cambios sociales
y económicos de los últimos años se ha hecho visible la precariedad de los
varones como proveedores en una proporción importante de los hogares, así, el
que proveía, el varón, era el jefe del hogar, la autoridad, posición que estaba y aún
está refrendada por dispositivos legales que le confieren supremacía sobre la
mujer y los hijos/as.
Las diversas crisis económicas, así como la “liberación femenina” han hecho que
cada vez más mujeres se hayan incorporado al mercado de trabajo, esto no
implica el abandono del trabajo reproductivo que les está asignado en la familia
nuclear patriarcal, sin embargo, para muchas mujeres la obtención de un trabajo
remunerado es una forma de lograr autonomía y establecer relaciones de mayor
equidad con los varones aunque estos procesos de incorporación al mercado de
trabajo no han ido acompañados de retribuciones equivalentes a las que tienen los
varones.