Resumen:
A pesar de los más diversos intentos por conseguir la paz mundial, desde tiempos inmemoriales, las situaciones de beligerancia, de dominación, de segregación o de sometimiento, no cesan de reproducirse. Mientras los gobiernos del orbe contienden y las organizaciones mundiales debaten entre sí, el desenfreno de unos cuantos por dominar a los demás coloca a todos dentro de una angostura fatídica, donde la humanidad es precipitada hacia un punto determinante, el de su propio retroceso, su propia decadencia. De esta manera, los pronunciamientos por la paz quedan obsoletos; también los ideales y los empeños por alcanzarla quedan de lado y no terminan de enlazar y articular a una especie que, por sus acciones belicosas, parece no querer comprender el auténtico sentido y alcance de lo que la dicción civilización implica, de todo lo que ésta comprende y colige. Una especie que ignora el compromiso interdependiente que deviene de la propia civilidad; que ignora que, subjetiva y moralmente, los individuos crecen y se desarrollan por contacto, un contacto que ha de ser cordial, cortés, moderado, prudente, y que lo mismo aplica a las culturas y naciones. Donde, en una etapa originaria, las poblaciones viven como entidades estrictamente separadas y anegan inflexibles su propia identidad, sus prácticas originales, y las defienden de influencias externas, pero con el progreso de la historia las defensas ceden para dar paso a una interfertilización recíproca de sus culturas y sus conocimientos. Al encontrarse frente a otras disidencias, diversifican la propia y la liberan de sus trabas, ya que conceden y adaptan las influencias del exterior, lo que a menudo se efectúa mediante un complejo proceso de dar para recibir simultáneamente.