Resumen:
Cuando los seres humanos nacemos, somos libres e iguales, no tenemos ningún prejuicio, somos seres inocentes, honestos, sin falsedad ni mentirosos, naturales y sin hipocresías, ni mucho menos tenemos algún juicio acerca de los demás; sin embargo, conforme vamos creciendo comenzamos a llenar nuestra cabeza por un catálogo de características en las que vamos clasificando a las personas, desde decir que son buenos o malos, grandes o pequeños, viejos o jóvenes, ricos o pobres, hombres o mujeres, feos o bonitos, iguales o diferentes, valiosos o insignificantes,… y en fin, una serie de características que no acabaríamos de enlistar.
Y lo cierto es que, así nos la pasamos toda la vida, poniendo etiquetas, segregando y distinguiendo a las personas, por su forma de ser, su estatus, color, posición económica, religión, preferencias sexuales, raza, color de piel, capacidad económica y otras cualidades que han llevado incluso a las guerras entre los pueblos primitivos y luego a las naciones, al grado de que ha sido necesario crear instituciones jurídicas encausadas a liberar un poco la tensión entre bandos partidarios de alguna determinada ideología de cosmovisión del mundo.