Resumen:
Los desafíos contemporáneos requieren nuevos ajustes en diversos sentidos; al interior de las organizaciones es necesario adecuar los mecanismos con que interactúan frente a la sociedad en la que se desarrollan. Es requisito indispensable que el grueso de las organizaciones sociales se vinculen de manera directa con los problemas globales y nacionales: cambio climático, guerras, exigencias democráticas, movimientos sociales, pobreza, desempleo, inestabilidades políticas etc., ello les exige que se asuman como parte del complejo social, donde sus acciones repercuten de forma directa o indirecta. Que la responsabilidad social sea algo obligatorio para las organizaciones, suena aún lejano, sin embargo, ese ideal tiene que ver en gran parte con la actuación de las universidades. Efectivamente, nos apresuramos a exigir responsabilidad social a las empresas, sin detenernos a reflexionar que los directivos, gerentes, diseñadores, abogados, administradores, médicos, ingenieros, politólogos, sociólogos, en fin, todos ellos “formados” en universidades, éstas pasan de ser la solución a formar parte del problema, entonces; “la Universidad es socialmente responsable por naturaleza”, al generar consumidores, empleados, académicos, pero más que nada ciudadanos, informados, responsables y comprometidos a su vez con el desarrollo social. En América Latina, las universidades van quedando cada vez más lejos de los avances científicos y tecnológicos; en el mejor de los casos permanecen difundiendo conocimiento generado en otros rincones del planeta, sin ligar directamente sus acciones al desarrollo nacional o regional y mucho menos en su función social como importante agente en los procesos de consolidación democrática. Por el contrario, dentro del modelo internacional se ha trasladado el rol fundamental de las universidades, eximiéndolas de su papel transformador, constituirse en instituciones educativas que venden preparación para competir por un empleo, ganar dinero y al final del día formar un consumidor más. ...