Resumen:
Diversos estudios sobre lo que se ha denominado “agricultura tradicional” y “sistemas de producción tradicional” (González, 2003; Delgado, 2004; Pérez et al., 2014) han destacado la importancia de conservar in situ la diversidad genética de especies animales y vegetales criollas o nativas, así como el agroecosistema en el que se reproducen y los métodos de producción autóctonos. Lo anterior es especialmente relevante si se consideran las múltiples aportaciones de la agrobiodiversidad al mantenimiento del equilibrio ecológico y a la continuidad de muchas prácticas culturales asociadas con el uso de la tierra y el manejo de cultivos. Históricamente, las zonas rurales han albergado una agrobiodiversidad propia, que forma parte de su repertorio patrimonial y es un componente esencial de sus prácticas alimentarias. En muchos casos es la biodiversidad agrícola, junto con los agroecosistemas, lo que posibilita el mantenimiento de las características rurales de pueblos y comunidades que han sustentado su configuración productiva precisamente en actividades agrícolas, pecuarias y forestales. Sin embargo, la expansión de las grandes urbes, el crecimiento poblacional, el desarrollo tecnológico, entre otras causas, está amenazando no sólo la sobrevivencia de estas comunidades rurales, sino también la diversidad de especies vegetales y animales que son el sostén económico, afectivo y emocional de muchas familias campesinas.